Mi alma viajó en el tiempo, durante las épocas de guerras y
amores; siempre dispuesto a volver a la vida, a reencarnarme para volver a
vivir, para volver a enamorarme.
Hasta que llegó el momento de una nueva vida, una nueva realidad,
donde me vi arrastrado a una nueva realidad.
Nací en una
adinerada familia de Francia en la época del descartismo. Ni yo mismo sabía que
me dedicaría a la filosofía, siguiendo el ejemplo del gran Descartes, mi
ídolo.
Mi vida era
sencilla sin complicaciones, iba a las fiestas más prestigiosas acompañado de
mis padres, mis hermanas y hermanos. Coqueteaba con las mujeres jóvenes; aunque
por respeto a mi familia no llevaba ninguna a la cama. No le daba mucha
importancia al amor, pero aún así dentro de mi ser, deseaba fervientemente
poder vivirlo.
Los días para mí
se resumían en paseos con mis compañeros, escribir mis ideas y leer ideas del
resto de los seguidores del pensamiento. La vida en Francia era relajada, un
hermoso país para crecer, para vivir. Debía admitir que aun así, cuando veía la
lluvia caer, dentro de mi ser sentía una especie de angustia y una añoranza,
aunque borraba esos pensamientos lo más
rápido que me fuera posible.
Todo cambio,
cuando la vi. Ella. Solo ella. Nunca había visto una mujer más hermosa a esa.
Su cabello rubio y rizado, su piel lechosa. Sus ojos verdes, mi corazón latió
fuerte al ver aquellos ojos y, aunque en mi interior no me sentía del todo
seguro acercándome a ella, no pude evitar sentirme atraído hacia ella. No
quería comprender que algo malo se escondía detrás de aquel bello ángel.
Ella también se
sintió atraída hacia mí, pero de una manera muy diferente a la que todos
creían, incluso a la que yo mismo creía, me auto convencí de que ella me amaba.
Nuestra relación,
empezó de una manera tranquila y pausada, pedí permiso al padre de la joven
para cortejarla y este aceptó. Nos veíamos por las tardes, siempre acompañados.
Paseábamos por la ciudad y las tiendas. Siempre tenía algún detalle para ella,
una pequeña botella de perfume o algún detalle de bisutería. Ella era tan dulce
y cariñosa.
No me di cuenta
cuando el carácter de ella cambio, cuando imponía que le comprara algo, pero yo
como un tonto enamorada ignoraba el presentimiento que nacía en mi interior.
Continúe comprándole lo que ella me pedía y solicitando dinero a mis padres
para consentirla. Nunca me plantee verdaderamente alejarme de ella, el miedo que
sentía a que ella se alejara y a quedarme solo me cegaban.
Sabía que solo me
quería por mi dinero, pero sencillamente quería mantenerla a mi lado. Era la
mujer más preciosa que había visto nunca y mi atracción por ella era fatal,
pero inevitable; del mismo modo que mi miedo a la soledad. Acabe yéndome de
casa de mis padres, quienes me estaban obligando a dejarla; contando con su
ayuda económica encontré una pequeña casa.
Nunca pensé que
aquello podría llegar a pasar, realmente pensaba que ella era dulce e inocente,
pero una noche la invité a cenar a mi casa, y ella acudió allí sola. Estuve
nervioso toda la noche, sobre todo cuando ella, me entrego su cuerpo a cambio
de un bonito collar de perlas. Aunque era algo inexperto en estos temas, no
pude evitar darme cuenta de que ella no era virgen y a pesar de todo, seguía
confiando en ella plenamente.
Se trasladó a
vivir conmigo, sin preocuparse por lo que pensara la gente. Vivir con ella fue,
realmente una vivencia aterradora; si no le llevaba un regalo todos los días se
enfadaba y pataleaba como una niña mimada, cuando le llevaba regalo era todo
amor y mimos. Gastaba mi dinero en lindos y caros ropajes; en lujosas joyas y
perfumes. En deliciosa y suculenta comida. Yo vivía para servirla. Cuando mis
compañeros filósofos empezaron a decir que ella me engañaba con otros hombres,
sencillamente no pude evitar reírme y llamarlos envidiosos. Me escondí
detrás de una coraza inventada, ella me quería.
Al tiempo, llego
lo que yo temía, el dinero no me llegaba para regalarle las cosas que le
gustaban. Mis padres dejaron de darme dinero. Mis compañeros se habían distanciado
de mi; me habían expulsado de mi trabajo y mis propios familiares habían
empezado a evitarme. Me había quedado solo, solo con ella, eso solo incremento
mi temor.
Me gritaba a todas
horas, yo intentaba calmarla y alegrarla con todo mi amor, pero ella se negaba
aceptarlo. Me chillaba que yo ya no la quería, que no le daba lo que necesitaba
lo que estaba hecho para ella. Pasaron algunas semanas antes de que nos echaran
a la calle. En cuanto nos sacaron de la casa, ella cogió las cosas que le
quedaban y se fue, dejándome solo una carta.
"
Adiós. Debo admitir nunca te quise y que todo fue un engaño
antes de partir en busca de algo mejor que lo que tú fuiste. Fue divertido
jugar contigo y sacarte todo el dinero para mis caprichos. Antes de que te
quedaras en la completa ruina conocí a un mejor partido, he decidido irme con
él. Seguro que podrá darme lo que tú nunca me diste. Adiós."
Lágrimas empezaron
a caer por mi cara cuando leí aquella carta, no me lo creía. Esos sentimientos
guardados dentro de mi corazón habían salido con ella, pero ella no me quería,
ni me necesitaba. No me di cuenta, ni si quiera entonces que yo tampoco la había
querido que era un sencillo espejismo para auto engañarme y sentirme realizado.
Intente
inútilmente buscarla por la ciudad. Quise regresar a mi antiguo trabajo, pero
por la deshonra que caía en mí, me habían destituido. En aquella época era
impensable que dos jóvenes viviesen juntos sin casarse. Mi propia familia renegó de mí, no había
querido escucharlos, les había robado dinero; en los últimos días cuando había
quedado en bancarrota, y aunque pensaba que ellos no se darían cuenta, mi padre
estuvo ojo avizor. Había perdido su respeto y su cariño, ellos me querían pero
no confiaban en mí.
Derroche el dinero
en alcohol y prostitutas, para alejar de mi todo sentimiento. Decidí marcharme
de la ciudad, pedir dinero en las calles, se había convertido en mi trabajo y
gastarme ese dinero en mis dos nuevos vicios era mi día a día.
Un día sentado en
una de las calles más concurridas de la ciudad, la vi. A ella. No pude evitar
seguirla, era tal mi odio hacia ella, quería cogerla y estrangularla, matarla;
ver como perdía el brillo juvenil de sus ojos en mis manos. Iba demasiado
borracho, pero aún así conseguí acercarme a ella y a su nuevo acompañante, un
joven que parecía pertenecer a una familia de ricos, pero en cuanto mis manos
se pusieron cerca de ella; un hombre me retiro hacia atrás, tan ciego había
estado con mi deseo de venganza, que no había reparado en los dos guardias que
escoltaban a la pareja.
- ¡Maldita mujer!
- grité, ella me miró sorprendida, pero pareció reconocerme - Tu, por tu culpa,
he llegado donde estoy ahora. Yo solo quería vivir y ser feliz, pero tu...
¡Maldita! - conseguí zafarme del agarre del hombre y acercarme de nuevo a ella.
Antes si quiera de poder volver a tener mis manos encima de ella, me cogieron
entre los dos hombres.
- ¿Lo conoces? -
pregunto el hombre que la acompañaba - Esta borracho - puso cara de asco.
- No - ella me
miro sonriendo con malicia - Deshaceros de él - solicito a los guardias.
Estos me llevaron
a un callejón apartado. Eso me pasaba porque no sabía estar solo. Eso me había
pasado por confiar ciegamente, por no hacer caso a mi instinto. Apenas noté la
paliza que aquellos dos hombre me dieron por simple diversión. Mi cabeza
recordaba lo feliz que había sido dedicando mi tiempo a pensar en que sería la
felicidad.
Cuando uno de
ellos me clavo una daga en un costado de mi cuerpo, las lágrimas no habían
dejado de caer. Sentía como mi cuerpo se quedaba vacío, sin vida; esperando una
lenta muerte. Para dejar que mi dolor cesara por fin, para poder abandonar
aquella maldita vida, que tanto me había hecho sufrir.
El alma salió del
cuerpo, el filósofo conoció al druida por fin, sabiendo entonces de donde
venían aquellos presentimientos acerca de la chica.
Haber muerto había calmado su dolor y su pena, pero no su sed de
venganza, juntos en un mismo ser, viajaron por el tiempo de nuevo; buscando
otro sitio donde emprender una nueva vida.